Yucatán: de selva baja a desierto de concreto, y la última curva para evitarlo
- Gustavo Monforte

- 6 oct
- 6 Min. de lectura

La selva de Yucatán no solo es paisaje, es clima, agua y alimento. Caminar bajo ramón, ceiba o chaká es sentir un sistema que trabaja en silencio: hojas que enfrían el aire, raíces que beben la lluvia y la llevan a los ríos subterráneos, flores que alimentan abejas y colibríes. Lo que muchas ciudades en la arena compran a precio de oro con ductos, bombas y desaladoras, aquí todavía crece solo. Y, sin embargo, lo estamos cambiando por losa y asfalto.
Cómo se seca una selva cuando la cambiamos por ciudad
La selva baja caducifolia de Yucatán, esa selva bajita que pierde sus hojas en la sequía y reverdece con las lluvias, mantiene un equilibrio delicado: sombra, hojarasca, suelo con vida y lluvia que entra despacio a la tierra. Cuando sustituimos ese tejido por piso duro, activamos una cadena simple pero poderosa:

Menos árboles, menos sombra. Sin copa que proteja, el suelo se calienta como plancha y el aire pierde humedad.
La tierra se sella. Concreto y asfalto no absorben. El agua de tormenta corre por la superficie, arrastra tierra fértil y no recarga el acuífero. Hay encharcamientos hoy y sed mañana.
El calor se queda. Las losas guardan fuego de día y lo sueltan de noche. Suben los aires acondicionados, sube la cuenta de luz, sube el calor de fondo.
El suelo se empobrece. Sin hojas ni raíces, la tierra pierde esponja y vida. Reforestar se vuelve lento, sembrar es costoso.
El agua se encarece y se ensucia. Con menos infiltración y más escurrimiento, el agua limpia se vuelve lujo. Pagamos en recibos, en medicinas y en fatiga por golpes de calor.

Así nace el desierto de concreto: no de dunas, sino de calles ardientes, banquetas sin sombra y techos que hacen de cada tarde una olla. Es un desierto porque rechaza la vida que antes sostenía.
Aridificación: lo que la naturaleza tarda milenios, nosotros lo aceleramos

En la naturaleza, los paisajes cambian despacio. Con siglos y miles de años, varían las lluvias, se mueven las especies, el suelo gana o pierde materia orgánica y la vegetación se ajusta. Así, una región puede volverse más seca por procesos largos, paso a paso.
Nosotros estamos imitando ese proceso, pero en acelerado: talamos, sellamos el suelo y calentamos el aire al mismo tiempo. Donde la naturaleza tardaría milenios en empujar un bosque hacia un matorral más seco, la ciudad lo logra en unas cuantas décadas. La selva baja caducifolia que hoy conocemos se moldeó después de la última gran era de hielo, a lo largo de miles de años de ajustes entre lluvia, suelo y vida. Convertirla en un clima urbano reseco puede tomar una generación.

La gran mentira del concreto es hacernos creer que todo es reversible con una “campaña de reforestación”. Pero cuando se pierde el ciclo del agua, la sombra que baja la temperatura, el suelo que bebe, el árbol que transpira y atrae lluvia, ya no basta con plantar unos cuantos arbolitos. Hay que rearmar el sistema.
¿Cuánto tardó en formarse y cuánto tardaría en volver?
Formarse: La estructura que hoy llamamos selva baja caducifolia se consolidó a lo largo de miles de años. Tras grandes cambios climáticos, el paisaje fue ganando suelo, semillas, polinizadores y corredores de sombra.
Volver: Si paramos la pérdida y restauramos en serio, en 10 a 20 años podríamos recuperar sombra caminable y suelo vivo en muchos barrios. Para que un bosque madure de verdad y recupere gran parte de sus funciones, hablamos de 70 a 150 años. Para volver a la resiliencia profunda, suelo rico, microclima estable, cadenas de polinización y fauna complejas, hacen falta varias generaciones. Si dejamos que la ciudad cruce cierto umbral de piso duro y calor, ese regreso se vuelve carísimo y lento, casi imposible en zonas enteras.
El coro de vida que sostiene nuestro clima

No estamos solos en el paisaje. La abeja melipona necesita floración continua y rincones frescos. Los colibríes beben en jardines nativos y mueven polen. Los murciélagos comen insectos y siembran el bosque con sus vuelos nocturnos. Los coatíes y ocelotes usan corredores arbolados para buscar agua y alimento. Los manglares dependen de que llegue agua dulce desde tierra adentro para no quedarse en pura sal. Si la ciudad apaga sombra, hojas y humedad, el coro baja la voz. Con menos polinización y sombra, suben las plagas, cae la productividad, la costa pierde defensa y el calor gana.
La comparación que duele: ciudades en la arena vs. Yucatán

En ciudades del desierto, cada árbol es una factura diaria: riego por goteo, sensores, camiones cisterna, electricidad, a veces desalación de agua de mar. Mantener parques verdes es una obra que nunca termina. Aquí, un nativo bien plantado y cuidado hace ese trabajo solo: enfría, humedece, filtra y alimenta. Cambiar árbol por losa es cambiar riqueza natural por gasto eterno.
Lo que sí podemos hacer, ya
No se necesita jerga, se necesita voluntad y constancia. Estas acciones, sumadas, cambian el microclima de una cuadra, y muchas cuadras cambian la ciudad:
Cuidar árboles grandes. Un gigante vale por varios jóvenes: da sombra profunda y baja más la temperatura.
Plantar nativos que resisten y alimentan: ramón, ceiba, chaká, maculís, ciricote, guayabillo.
Dejar respirar la tierra. Menos piso duro en patios, banquetas y camellones; más suelo permeable con hojarasca como cobija.
Cosechar lluvia. Canaletas, tinacos y barriles para que el agua que cae se quede.
Jardines que alimentan. Huertos, azoteas verdes, macetas profundas con flores para polinizadores.
Calles caminables. Cada 10 o 15 pasos, un árbol. Sombra para personas y fauna.
Obras con inteligencia. Exigir corredores verdes y porcentaje real de suelo vivo a cualquier proyecto. El verde no es adorno, es infraestructura.
Cuidar el agua. Sin químicos duros en patios, sin basura en rejillas, fugas reparadas. Todo viaja al acuífero que nos da de beber.
Elegir agua, sombra y suelo vivo

Sostén un puñado de tierra húmeda entre las manos. Si lo aprietas con cemento, el agua se escurre. Si lo sueltas con hojas y raíces, el agua se queda. Donde el agua se queda, la vida vuelve. Y donde la vida vuelve, baja el calor, mejoran los ánimos y vuelve la confianza.
No nacimos en un desierto. Nacimos en una selva luminosa que respira a través de sus árboles y guarda agua viva bajo nuestros pies. Lo que otros lugares pagan a diario para sostener, aquí aún puede crecer solo. Pero necesita de nuestra decisión: defender árboles, suelo y agua. Si miles de casas se convierten en islas de sombra y lluvia, la ciudad aprende otra vez a llover, el acuífero se repone, las abejas zumban, los pájaros cantan y el calor baja a niveles que el cuerpo agradece. Inevitable es solo lo que no se intenta. Estamos a tiempo de elegir selva, sombra y agua viva.
Referencias y lecturas recomendadas
IPCC (2021–2023). Sixth Assessment Report (AR6): cambios en ciclo del agua, calor urbano y extremos.
Ellison, D., et al. (2017). “Trees, forests and water: Cool insights for a hot world.” Global Environmental Change, 43, 51–61.
FAO (2016). Urban and peri-urban forestry; y Forests and Water: A Five-Year Action Plan.
UNESCO/WWAP (varios años). World Water Development Report: infiltración, recarga y gestión urbana del agua.
Spracklen, D. V., et al. (2012). “Tropical rainfall increases after air passes over forests.” PNAS, 109(19), 7585–7589.
CONAGUA, México (varios). Programas hídricos regionales y documentos sobre el acuífero de Yucatán y la recarga por lluvia.
ONU-Hábitat (2020). Ciudades y cambio climático: islas de calor, suelo sellado y soluciones basadas en naturaleza.











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