Este plástico no tiene salida y termina en el relleno sanitario
- Gustavo Monforte

- 6 oct
- 4 Min. de lectura

En Mérida participo en un proyecto de compostaje y reciclaje. En 2024 nos tocó gestionar, por varios meses los residuos de un supermercado. En los meses de más calor vimos llegar tarimas completas de uvas, frambuesas y otras frutas traídas del norte en charolas transparentes. Aproximadamente un buen tramo de esa mercancía se echaba a perder antes de llegar al piso de venta, nosotros podíamos convertir lo orgánico en composta, pero esas charolas no tenían salida: nadie las quería para reciclar, eran frágiles, se rompían y no había quién las procesara. En la práctica, acababan camino al relleno sanitario. Esa experiencia me cambió la mirada: no solo tiramos comida, también compramos basura envuelta en plástico.
¿Cuál es el problema con el plástico #6?

Si volteas la charola verás un triángulo con flechas y el número 6. Mucha gente cree que eso significa “reciclable”. En realidad, solo indica de qué material está hecha. El número 6 corresponde a poliestireno rígido. Es el plástico duro y transparente de muchas charolas. Su versión expandida es el unicel, el material blanco y ligero de vasos térmicos y bandejas.

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El problema es que, aunque ambos se identifican con ese número, casi nunca se reciclan.
Las razones son fáciles de entender:
Tiene poco valor para quien compra materiales recuperados.
Suele venir sucio de comida, y lavarlo cuesta tiempo, agua y dinero.
Muchas veces es muy ligero y voluminoso, ocupa espacio y no conviene moverlo.

El resultado es claro: aunque parezca “reciclable” por el símbolo, en la práctica, en países como México, no se recicla. Ese triángulo puede confundir, y las empresas lo saben. Te ponen el número para cumplir con la identificación del material, pero el cerebro ve flechas y piensa en “economía circular”. Es una ilusión cómoda que nos hace sentir bien, aunque el destino de esa charola sea casi siempre el relleno.
¿Cómo es que esto es legal?
Porque la ley permite identificar el plástico con un número y un símbolo, pero no obliga a que exista un programa real para reciclarlo en cada ciudad. En México, además, las reglas cambian por estado o municipio. Hay lugares con avances contra los desechables, y otros donde todavía circulan envases que nadie recupera. Legal no significa sustentable, ni mucho menos reciclado. Lo que puedes comprar sin problema no siempre tiene un final responsable.
De la huerta fría al calor de Yucatán
Hay otra capa que casi no vemos. Muchas de estas frutas vienen de lugares fríos y viajan refrigeradas en tráiler por miles de kilómetros. Mantener esa cadena de frío gasta muchísima energía. Cuando llegan a climas cálidos como Yucatán, el riesgo de que la temperatura se rompa es mayor y aumenta el desperdicio. Si se echan a perder, se pierde todo: agua, energía, combustible, trabajo humano y sí, también el envase que casi nunca se recicla.
Cuando quieres comer unas fresas perfectas fuera de temporada, puede que sin querer estés comprando kilómetros de transporte, electricidad, diésel, refrigerantes y plástico de un solo uso. No se trata de culpar a la fruta, sino de ver el sistema completo. A veces lo delicioso del momento deja tras de sí un rastro de residuos que nuestra ciudad no puede absorber.
“Pero si la lavo y la separo, ¿ya está?”

Ojalá. Separar ayuda, siempre. Pero con el número 6 el problema es más grande que tu buena voluntad. Si nadie lo compra, si no hay centro que lo procese y si no existe una ruta clara para darle nueva vida, terminará en el relleno. Allí, con el sol, el calor y el tiempo, se va quebrando en pedacitos que ya no se ven, pero siguen siendo plástico. Eso se llama microplástico, y no desaparece, solo se hace más pequeño. La bolsa se fue, la charola ya no está, pero el material sigue ahí.
¿Qué podemos hacer como consumidores?
Elige lo local y de temporada. Menos distancia, menos frío, menos envase.
Evita el número 6 cuando puedas. Si ves el 6, piensa dos veces si necesitas ese producto.
Compra a granel y lleva tus propios recipientes.
No tires “por si acaso” al contenedor de reciclaje. El número 6 suele contaminar materiales que sí tienen salida.
Pregunta en tu tienda. Pide opciones sin charolas o con envases retornables. La presión del cliente mueve decisiones.
Reutiliza cuando sea posible y seguro, pero asume que el final del #6 será la basura.
Apoya reglas locales que limiten los envases problemáticos y exijan claridad en el etiquetado. Que el símbolo no engañe.
Una decisión cotidiana con impacto
Piénsalo así: cada charola que no compras es un viaje que no premiamos, un envase que no enterramos, un pedacito menos de plástico que se romperá en el suelo de nuestra ciudad. Consumir con criterio no es vivir a dieta de placer, es disfrutar con medida y con conciencia del camino. Hay momentos para una fruta especial, sí, pero la mayoría de los días podemos elegir lo que crece cerca, lo que el clima ofrece, lo que no necesita viajar congelado ni vivir en un plástico condenado.
Lo importante no es solo separar, es dejar de traer a casa residuos sin salida. No podemos controlar todo, pero sí a quién le damos nuestro dinero. Si premiamos a quienes ofrecen alternativas, la oferta cambia. Y si como comunidad pedimos menos envase engañoso, más venta a granel y más producto local, la ciudad respira.
Al final, la pregunta es simple y poderosa: ¿vale la pena? No solo por el sabor de hoy, sino por el rastro que queda mañana. Elegir lo local, de temporada y sin plástico #6 es una de las formas más directas de cuidar Mérida, cuidar el agua y cuidarnos nosotros.
Referencias sugeridas
FAO. Informe sobre pérdidas de alimentos entre cosecha y punto de venta.
Guías ciudadanas sobre códigos de plásticos y su significado real.
Informes sobre microplásticos en rellenos sanitarios y en el ambiente.
Normativas locales en México y Yucatán sobre plásticos de un solo uso.
Documentos técnicos y divulgativos sobre transporte refrigerado y su consumo energético.











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