Todo lo muerto alimenta la tierra, toda la vida depende de ella, y sin embargo, la cubrimos de concreto
- Gustavo Monforte

- 24 ago
- 4 Min. de lectura
Somos suelo que piensa por un instante

La tierra no es suelo, la tierra es memoria. Cada gramo de tierra que pisamos guarda el recuerdo de todo lo que alguna vez estuvo vivo. Animales que corrieron libres, plantas que abrieron sus hojas al sol, hongos que tejieron redes invisibles bajo el bosque, incluso personas que respiraron, pensaron, amaron y murieron. Todo ha vuelto a la tierra. Todo lo que hoy somos, ya fue otra cosa.

Cuando ves un puñado de tierra, estás viendo los restos transformados de miles de formas de vida. El suelo no es solo materia, es biografía acumulada del planeta. Es el archivo vivo del paso de la conciencia, del instinto, del ciclo. Allí está todo lo que alguna vez floreció, respiró, sintió.
Somos tierra que respira por un instante
Nos cuesta aceptarlo. Pero somos parte de ese proceso. Lo que hoy llamamos cuerpo, eso que siente, que piensa, que ama, que crea, está hecho de elementos prestados por la tierra:
El carbono que estructura nuestras células fue alguna vez parte de una hoja.
El calcio de los huesos salió de rocas que antes fueron mar.
El hierro de nuestra sangre se forjó en el corazón de una estrella y descansó siglos en minerales.
El fósforo que sostiene nuestra memoria y energía está destinado a volver al suelo como alimento para lo que vendrá.
El agua que recorre nuestros órganos ha viajado por ríos, nubes, cuerpos y eras.
Nada de lo que somos se pierde. Al morir, cada parte regresa. Cada cuerpo es un préstamo momentáneo, una floración lenta del suelo. Una flor que vive décadas en vez de semanas, pero que al final cae, se disuelve y nutre lo que vendrá.
La floración de la conciencia
Observa las plantas que nacen con las lluvias. Germinan, crecen, florecen, se reproducen, mueren y dejan biomasa, nutrientes, semillas. Todo en ellas es parte del mismo ritmo. No se cuestionan si vale la pena florecer. Florecen, y eso basta.
Nosotros, en cambio, sí podemos preguntarlo. Tenemos el regalo, y la carga, de la conciencia. Podemos sentir lo sagrado de este ciclo. Podemos cuidar, agradecer, proteger. Y sin embargo, olvidamos.
¿Por qué tapamos el corazón de la vida?

Nuestra cultura moderna ha perdido esa conexión. Vemos el suelo como un espacio para explotar o cubrir, en lugar de entenderlo como el corazón del ecosistema. Y en las ciudades, la desconexión es todavía más evidente. Cuando llenamos la selva y el bosque de concreto y asfalto, lo que enterramos no es sólo suelo fértil, sino el lugar donde ocurre la alquimia de la vida y de la muerte. El suelo cubierto deja de respirar, deja de recibir agua, deja de transformarse en vida.
Esa pérdida no es menor. El suelo vivo es hogar de miles de millones de microorganismos, hongos y raíces que permiten que exista aire limpio, agua potable y alimentos. Sin tierra fértil, no hay bosques, no hay mares saludables, no hay seres humanos. El suelo es la gran base del ecosistema, el puente entre lo que fue y lo que será. Y al cubrirlo de cemento, no sólo lo silenciamos también nos empobrecemos. Perdemos frescura, alimento, belleza y vínculo.
¿Cómo puede una especie capaz de contemplar galaxias, ser incapaz de contemplar el suelo que pisa?
¿Cómo olvidamos que todo lo que necesitamos, agua limpia, aire puro, alimento, refugio, sentido, proviene de una sola fuente: la tierra viva?
Volver a ver el alma de la tierra
Quizás ha llegado el momento de recordar.
Recordar que la tierra no está debajo de nosotros, somos nosotros. Recordar que cada paso sobre el suelo es un paso sobre los restos de lo que amamos: bosques, culturas, animales, historias. Recordar que la conciencia no nos separa del ciclo, nos hace responsables de él.
Porque todo lo muerto es tierra, y todo lo vivo depende de ella. Porque todo lo que somos es suelo que tardó una vida en desarrollarse.
Y si logramos ver eso, tal vez podamos construir, no para cubrir la tierra, sino para vivir en diálogo con ella.
Habitar sin herir

En un rincón del mundo, una casa redonda duerme entre los árboles. No arrasó el terreno, no envenenó la tierra. Se posó con respeto. No reclama dominio, pide permiso.
Tal vez el futuro se parezca más a eso. A casas que no cubren el suelo, sino que lo dejan respirar. A comunidades que entienden que construir no es conquistar, sino corresponder. A personas que no olvidan que vienen de la tierra… y que a ella volverán.
Tal vez estemos a tiempo de volver a florecer. No como acto de poder, sino como señal de que hemos comprendido el privilegio de estar aquí. Que hemos entendido que no somos algo separado, sino la tierra misma que, por un momento, logró levantarse, mirarse al espejo y decidir: Honrar el ciclo Alimentar lo que nos alimenta
Cuidar la tierra.
Cuidadnos a nosotros mismos.
Porque aún podemos ser eso: tierra en proceso… que elige proteger el proceso.
Referencias
Lal, R. (2004). Soil carbon sequestration to mitigate climate change. Geoderma, 123(1-2), 1-22.
Hillel, D. (1991). Out of the Earth: Civilization and the Life of the Soil. University of California Press.
FAO. (2015). Status of the World’s Soil Resources. Food and Agriculture Organization of the United Nations.
Wall, D. H., et al. (2012). Soil Ecology and Ecosystem Services. Oxford University Press.










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