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Esta sección ofrece una variedad de temas relacionados con técnicas sostenibles, agricultura urbana y bioconstrucción. 

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La Era del Fuego: cómo pasamos de dominar las llamas a vivir bajo su sombra

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El extraño caso del primate parlante

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¿Qué Nos Hace Humanos? Reflexión Sobre Nuestra Naturaleza Animal

La Era del Fuego: cómo pasamos de dominar las llamas a vivir bajo su sombra





Cuando las llamas dejaron de obedecer


Durante miles de años, el fuego fue uno de los grandes aliados de nuestra especie. Nos permitió sobrevivir al frío, cocinar, reunirnos, imaginar. Fue herramienta, refugio, símbolo. El Homo sapiens lo domesticó mucho antes de domesticar animales o sembrar la tierra. Y gracias a él sobrevivió a la última era del hielo, mientras otras especies humanas desaparecían.


Cuando el hielo se retiró, la Tierra nos ofreció un regalo inmenso: un clima estable. Por primera vez, el planeta respiraba en calma. Las estaciones se volvieron predecibles, los ciclos se repetían, las semillas sabían cuándo brotar. En ese equilibrio, los sapiens comenzaron a observar, a aprender los ritmos de la naturaleza. Inventaron la agricultura, construyeron aldeas, templos, civilizaciones.


Pero ese regalo nunca fue eterno, y tampoco supimos protegerlo.


El fuego cambió de rostro


Lo que antes era llama en el hogar, más tarde se convirtió en fuegos industriales alimentados por carbón, gas y petróleo. Cambiamos la leña viva por combustibles fósiles extraídos del subsuelo. En esa transición, perdimos el respeto por el fuego. Lo hicimos invisible, constante, abstracto. Lo volvimos sistema.


Esa combustión sostenida alteró la atmósfera, desestabilizó el clima y secó la tierra. El fuego, que antes servía a los humanos, comenzó a regresar con fuerza descontrolada, esta vez como incendios masivos y recurrentes.


Hoy, estamos entrando en una nueva era geológica, no marcada por el hielo, sino por las llamas. Algunos científicos la han llamado el Piroceno: la Era del Fuego. En ella, los incendios ya no son como los de antes. Son más grandes, más rápidos, más impredecibles. Ya no forman parte del ciclo natural. Son la consecuencia directa de nuestros desequilibrios.


Gigaincendios y silencio




En Australia, los incendios de 2020 arrasaron millones de hectáreas. Mataron a más de 3.000 millones de animales, afectaron el clima regional, destruyeron hábitats enteros. Lo mismo ocurre en California, en Canadá, en Grecia, en el Amazonas. El fuego ahora reconfigura el paisaje. Ya no lo ordenamos nosotros. Lo rehace él.


Y con cada incendio, desaparecen miles de formas de vida. Koalas, aves endémicas, anfibios únicos, insectos esenciales para los suelos y los cultivos. Muchas de estas especies no tienen adónde escapar, ni tiempo para adaptarse. Algunas desaparecen sin siquiera haber sido nombradas.


La pérdida de biodiversidad es también una pérdida de protección. Sin ella, los ecosistemas colapsan. No hay polinizadores, no hay control natural de plagas, no hay resiliencia frente al cambio. Un planeta menos diverso es un planeta más frágil. Y más solo.


Nos estamos quedando sin compañía en este mundo.


El fuego llena los vacíos que dejamos


Parte del problema no está solo en lo que hacemos, sino en lo que dejamos de hacer. El abandono del campo, de los saberes rurales, de la relación directa con la tierra, ha convertido paisajes enteros en combustibles olvidados. Donde antes había pastores, campesinos y guardianes del paisaje, hoy solo hay ramas secas, matorrales densos y silencio.

El fuego ocupa el espacio que dejamos libre.Y lo hace sin pedir permiso.


¿Aún hay esperanza?


Sí, pero requiere algo más profundo que una política. Podemos reintegrar prácticas antiguas como el pastoreo extensivo o las quemas controladas. Podemos desarrollar tecnologías verdes, crear cortafuegos vivos, reforestar de forma inteligente. Pero ninguna estrategia funcionará si no cambia nuestra mirada.


Debemos dejar de ver la Tierra como un recurso, y empezar a verla como una red viva que nos sostiene. El fuego no es el enemigo. Es el reflejo de nuestra desconexión. Y para apagarlo, primero hay que reencender el vínculo.


Una era que arde.


El Piroceno no es solo una etapa climática. Es un espejo. Nos muestra lo que dejamos arder: los árboles, los animales, los paisajes, los vínculos. Sobrevivimos al hielo con ingenio y cooperación. Pero hoy, frente al fuego, estamos solos.


La pregunta no es si podemos volver atrás, sino si podemos aprender algo antes de desaparecer también. Porque al final, la verdadera extinción comienza cuando se nos olvida cómo vivir en equilibrio.


Y si no detenemos esta era encendida, quizás el último sonido que escuchemos no sea un estruendo,sino el crujido lento de un planeta quedándose sin voces.

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